Guadalupe Espinoza Lagunas
Tijuana México
Jadeante, inmóvil, con una triste mirada, luchando
desesperadamente por respirar. Aferrándose a la vida en feroz contienda contra
la muerte, sólo intentando retrasar un poco más la inevitable partida. Sólo un
poco más... con apenas un hálito y un rictus doloroso, su mirada suplicante me
partió el alma. Parecía querer hablar pero yacía sin fuerza, su cuerpo
adelgazado y envejecido, apenas cubierto por una gastada sábana. Mi madre, la
otrora mujer tan fuerte de voz clara y altisonante, ahora ahí postrada, inerme,
agonizante en una vieja cama de hospital, el mismo donde muchas décadas atrás,
diera a luz al menos a tres de sus once hijos. Cuánta impotencia sentí. Mi
viejita hermosa, siempre luchando, siempre esperando; siempre sufriendo.
-¡Háblame mamá! -¡Cuéntame una historia! -¿Recuerdas mamá cuando éramos niños?
La cantidad de historias que nos contabas... El niño del sol en la frente, La
del cerro de las campanas, y aquélla tan divertida de las travesuras de Pedro
de Urdimalas, el de la estatua de sal y muchas más. ¿Recuerdas cómo nos reíamos
cuando tu nieto Roberto no podía decir estatua y decía estauta? Tu volvías a
preguntar cual queríamos escuchar y el desesperado tartamudeaba para decirlo.
Tantos cuentos e historias inventados con magistral imaginación, llenabas
nuestra mente de fantasías alimentándonos el Alma, para distraer nuestro
estómago vacío lo más posible hasta que no quedaba otra alternativa que usar
también tu imaginación para con lo poco que había, alimentarnos el cuerpo. Cómo
te recuerdo mamá... aquellas tardes interminables, sentada en tu vieja silla de
madera recargada sobre la pared y tus pies sobre un banco. Con tu costura en el
regazo hilvanado hilos de colores sobre un lienzo bordando ramilletes de
hermosas flores, al mismo tiempo que ibas hilvanando también bellas metáforas y
fantasías en el blanco lienzo de nuestra imaginación. Historias engarzadas de
sueños y anhelos, mezcladas con los recuerdos de tu infancia, los juegos con
tus hermanos, el dolor de tu orfandad, el abandono de tu madre. Siempre
mezclabas entre los personajes con ingeniosa astucia, hechos y verdades
disfrazadas de fantasía, para ocultar tu dolor, tu sufrimiento tus traumas.
Transformabas aquello en enseñanza para nosotros, mientras para ti, era la
forma de perderte en tu propio cuento, hasta no saber que era verdad o que era
fantasía, mitigando así un poco tu dolor. Te escuchábamos embobados preguntando
de dónde salía tanta sabiduría. Sentados frente a ti sobre el piso de tierra,
no había mejor lugar ni momento donde quisiéramos estar, nos sentíamos felices
y ansiosos por escuchar la siguiente historia, aunque fuera la misma cien
veces; cada día le añadias un elemento diferente. Fuiste, y siempre serás la
mejor cuenta cuentos que haya conocido. Y tengo por seguro que si hubieras
tenido mejores oportunidades y hubieras sabido leer y escribir; serías una gran
escritora, dramaturga o novelista o tal vez cantante. Porque también recuerdo
tu potente y bien entonada voz, mientras hacías las labores de la casa. Por
cierto, nunca te dije cuánto lamenté que un día de pronto hayas dejado de
cantar. Aún recuerdo cada una de tus canciones, las aprendí de memoria y no
solo yo, también mis hermanos, tu lo sabes, lo supiste cuando en tu lecho te
cantamos cada una de tus canciones, aún ³a riesgo de molestar a los enfermos
contiguos, y vimos como eso te daba un poco de paz. Nunca nadie recibió tanto
amor como tú, rodeada de tus hijos y nietos que no escatimamos en decirte
cuanto te amamos. Y nos correspondías, lo vimos en el brillo de tus hermosos
ojitos grises. Un nudo se me atora en la garganta al recordar lo difícil que
fue verte ahí en agonía, esperando la llegada de tus hijas, las que por
diversas circunstancias no llegaron a tiempo para despedirse y verte partir; y
más duro fue escuchar a mi hermano gritar tu nombre como tu lo hacías cuando
éramos niños y que alguien enfermaba. -¡Teresitaaaa! -¡Teresita vente, no te
quedes, vuelve a tu sombra júntarte con tu espíritu! Todos lamentamos tu
partida, pero todos sabíamos que Daniel siendo el menor y quien siempre estuvo
a tu lado en toda circunstancia; sería quien más sufriría tu ausencia y que el
era la razón por la que te aferrabas a la vida. No querías irte y dejarlo solo.
No querías irte también sin despedirte de tus hijas que no habían llegado, pero
ya estabas sufriendo demasiado. Perdónanos mamita por haberte engañado, pero
fue la única opción que tuvimos para mitigar tu dolor y que pudieras partir en
paz. Comunicarte por teléfono a quienes por alguna razón no habían podido
llegar, pedirles que te hablaran como si estuvieran ahí mientras mis otros
hermanos te sostenían la mano, fue la única forma que encontramos para que
pudieras despedirte de ellas y volar a tu destino. Vuela Teresita, y vuela como
una bella reyna, como mariposa Monarca, con la satisfacción de haber cumplido y
cumpliste bien el proceso de tu metamorfosis, tus alas adornadas bellamente por
el amor que sembraste y que al final de tu vida supiste cultivar y cosechar
pese a que nadie te enseñó como hacerlo. Tus errores... Dios habrá de
perdonarlos, porque él sabe que pagaste con dolor cada uno de ellos. Que tu
nombre se halle inscrito en el libro de la vida. Descansa en paz mi cuenta
cuentos favorita, hasta que llegue el tiempo de la resurrección. Tus hijos
quedamos aquí sin pena ni remordimiento, porque sabemos que ya no sientes
dolor, tu cuenta ha quedado saldada, certificada por la ley de la vida. Te
vamos a extrañar y será difícil lidiar con tu ausencia, y te lloraremos tal
vez, pero no con dolor ni remordimientos, sino con agradecimiento por habernos
dado la dicha de llamarte madre, por habernos dado una gran familia. Te
agradezco mamá... por el mundo de fantasías que me heredaste, por enseñarme a
creer que los sueños pueden ser realidad, te agradezco también por heredarme el
talento para crear mis propias historias y por darme la oportunidad de hoy
poder plasmarlo en letras.
A mi madre;
Teresa Lagunas Zapién 02/02/1933 - 16/03/2020