Cierto día en el pueblo, salí a la
calle, frente a la puerta de mi casa, mis primas Enia, Enid y Eunice venían de vez en cuando para poder jugar, a
“Las escondidas”, “La Cebolla”, o “Los encantados”. Pero por lo visto se
tardaron en llegar.
Llegó Pepe y Pánfilo y se nos
ocurrió jugar a las carreras, recorreríamos la manzana completa, y durante un rato, nos divertimos bastante.
Entre los gritos de ánimo de mis primas por apoyar al que estaba ganando la
carrera.
No habían pasado tal vez treinta minutos, estábamos descansando,
cuando vimos que venía por la banqueta un señor que nunca habíamos visto por
ahí, su aspecto muy desagradable, su ropa tenía un mal olor, sin bañarse y
despeinado. No sabíamos si se encontraba con “Popó” en la parte trasera del
pantalón, el aroma que despedía era insoportable. Entre otros detalles de este
singular personaje. Arrastraba al caminar una de sus piernas.
No tarde ni perezoso mi hermano
Roberto lo bautizo con un sobre nombre “El Cojito” y cuando el señor escuchó
ese apodo, dijo.- ¡Salgan corriendo porque me los voy a comer!
Todos despavoridos corrimos a casa
de mis primas que su casa tenía un gran portón, cerramos la puerta y desde
afuera seguía amenazándonos y afirmando que el día que nos llegará a alcanzar
seriamos su más exquisita cena. Nosotros temerosos, Roberto y Eunice seguían
gritándole sin parar ¡Cojito Caguenge! ¡Cojito Caguenge!
Enojado el señor mal oliente se fue
sin rumbo fijo, lo perdimos en el horizonte de la calle y seguíamos jugando,
imitando su caminar.
La tarde siguiente después de la
escuela nos reunimos a jugar un poco de
Voleibol, y de repente el “Cojito” gritando despavorido se acercó a nosotros
-¡Los comeré! ¡Huyan! Inmediatamente todos salimos corriendo para que no alcanzara nuestros ricos y suculentos
huesitos. Ja ja.
Sin embargo quede completamente
solo y sin moverme, me miraba como quien observa su próximo alimento, logré
correr aterrorizado, por poco y me alcanza al doblar por la esquina de la
calle, sin embargo sentí que a pesar que corría, no avanzaba en el recorrido,
mis movimientos eran torpes, así lo sentía yo, y pensé para mis adentros que me
había “embrujado”. Esa tarde a ninguno alcanzó.
Llego el sábado, nadie fue a la
escuela y después de un rico baño, saldría a jugar con mis amigos Pepe y
Pánfilo, llego Enia por mí y estuvimos jugando “A las Escondidas”, todos
estábamos extasiados en el juego, nadie nos detenía, las carcajadas eran
bastante escandalosas que don “Cuco” mi vecino, se asomaba en su ventana y nos
pedía que nos calláramos o bajáramos el volumen de nuestras risas.
No supimos que tiempo pasó, el
“Cojito” hizo su aparición, y salimos corriendo, sin embargo aún sentía mis piernas como
“embrujadas” no daba paso y sentía que podría atraparme ese viejo mal oliente.
Corrí como nunca, sentía que cada vez lo tendría más cerca a pesar de esa
locura por escapar de él. Pánfilo, Roberto y Pepe gritaban con fervor para
darme ánimos a que corriera un poco más fuerte.
Llegue a casa de mis primas y cerré
el portón, no pudo alcanzarme, saque la lengua y me burle de él, mi miró
fijamente y empecé a sentirme mal. Todo me daba vueltas y luego no supe más de
mí.
Al abrir los ojos mi prima Enid me
da un vaso con agua, lo devoro rápidamente, ya que tenía una sed, secándome la
boca y garganta. Todo pasó, fui a casa, fue extenuante esa carrera de locos.
Esa noche encendí la radio y para mi
sorpresa, se escuchó en la noticias que había desaparecido un niño, allá en el
Cerro del Abuelo, Roberto y yo estuvimos
atemorizados, empezó a llover y cerré las ventanas de mi cuarto, ¡Oh! Vi que el
“Cojito Caguenge” estaba fuera de la casa, su silueta bajo la lluvia me dio
mucho miedo, corrí a los brazos de mi madre. Solo la abrace no comenté nada.
A
la mañana siguiente nos fuimos a la escuela, comentábamos lo que se había
escuchado en la radio, en el periódico local estaba en sus encabezados “Hombre
que cae al río, muere en la madrugada”, nos detuvimos en el puesto para leerlo,
cuál fue nuestra sorpresa, era el “Cojito Caguenge ”, sentí un nudo en la
garganta. Todos tristes y cabizbajos
estuvimos en las aulas, no dábamos crédito a que eso hubiera pasado.
Por la tarde, después de las tareas,
nos reunimos, empezaron los juegos de pelota y las carreras, yo competía con
mis amigos Pepe y Pánfilo, corríamos dando vueltas a la manzana, yo sentí que
podía correr de prisa a diferencia del día que el “cojito” me había “embrujado”
las piernas.
Todo seguía como antes, sin embargo
me detuve a mitad de la carrera. Pedí una disculpa en memoria del fallecido.
Juré no volver a burlarme de la
gente.
del Poemario " Pétalos Azules "
Ramón de Jesús Hernández Olivares
Veracruz, México
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