En el centro del umbral
donde
el cosmos se revela,
una
luz sutil desvela,
un
pulso trans-temporal.
Su
mirada celestial
—cerrada,
más despierta—
abre
en silencio una puerta
a
lo sagrado y profundo;
y
en su eje se une el mundo
con
la energía que lo alerta.
De
oro vibra su razón,
un
círculo que gravita
como
un astro que visita
la
raíz de la intuición.
Late
ahí la conexión
del
espíritu infinito;
cada
trazo es un rito
dibujado
en su frente,
testimonio
permanente
del
universo no es un mito.
El
silencio la corona
con
un brillo sideral,
y
en su paz tan mineral
la
eternidad se pregona.
Su
energía se estaciona,
radiante,
pura, serena;
y
en su dorada condena
resguarda
un sol interior
que
ilumina sin temor
la
oscuridad que no llena.
Lucila Reyes González
México
