domingo, 22 de octubre de 2023

MEMORIA HUMANA - ANGÉLICA ARREOLA MEDINA

 



MEMORIA HUMANA

Angélica Arreola Medina

Ciudad de México, México

 

El humo de mi memoria    

se restriega en el tiempo

fuera de toda conciencia y sabiduría

permanezco inmóvil, no pienso, apenas existo.

 

El vacío llena mi existencia

y el sin sentido cubre la realidad

sólo está esta inmensa, sórdida,

agobiante soledad.

 

Antes, la vida fluía,

solo…  había que vivirla.

Una canción de cuna,

los juegos felices de la infancia,

un consejo siempre a tiempo,

se agolpan en mi memoria.

 

Hoy… sucumbo ante lo inefable,

el dolor revolotea en mi interior,

y me carcome, lento y voraz

 

Inhóspito sentir embravecido.

Y tú y tú y tú, en el cielo Infinito,

donde lo único cierto, es la incertidumbre

 

 


CON EL TIEMPO - ROSA CALDEVILLA

 




Con el tiempo
Rosa Caldevilla

España


Con el tiempo te das cuenta
De cómo se escapa la vida
Con los años te das cuenta
Que conoces el principio
Desconoces el final
Que el pasado ya se fue
Lo que cuenta es el hoy
Y el mañana, si llega
Que no es tiempo de jugar
Que ya es hora de compartir el viaje
Las penas y alegrías
Y ese pesado equipaje
Que los años y la vida
Pusieron a nuestras espaldas
Co un compañero fiel
Y entre los dos construir
Nuestra pequeña guarida.

MEMORIAS DEL ALMA - SILVIA AQUINO LÓPEZ

 



Memorias del alma

Silvia Aquino

Xochimilco, Ciudad de México

 

I.- ¿Y la Poesía?

 

Las poetisas declaran

que un poema ha de ser

imagen musical y ritmo.

 

¿Qué responden

cuando las palabras solas

crean imágenes?

Cuando las palabras,

sin saberlo,

crean música y ritmo.

 

Como la realidad es imagen,

la escritura se confunde,

tiene su propia música

y su propio ritmo.

 

Luego, la palabra no es realidad,

pero ¿de dónde saca la imagen,

música y ritmo?

 

Entre estos senderos cruzan

las realidades poéticas.

Yo he de suavizar palabras,

dentro de una realidad.

 

 II.- Un viaje memorial

 

Un día viajé, solitaria,

atravesaba el Peloponeso,

pasaba Atenas,

y mi fin era Macedonia.

 

Iba yo sola en el mundo,

miraba las lunas griegas,

asombrada, grandes y ricas

como quesos de cabra.

 

Mi diario despertar

era encontrar felicidad:

templos antiguos,

museos arqueológicos,

comida griega, cantos

y bailes con los griegos.

 

Nada me preocupaba:

podía caerse la cúpula

de Santa Sofía;

hacía que la historia antigua

se pasmaba ante mis ojos.

 

Atravesaba el Olimpo,

antes de llegar a Pela,

la capital de Filipo el Macedonio.

El fin: la antigua Mieza.

 

La antigua Mieza donde Alejandro,

con sus amigos, veneraban

a las ninfas de Pan, rústica deidad.

 

El niño Alejandro, muy temprano,

llegaba a la escuela venerable…

(Plutarco vio los asientos de piedra

de los jóvenes alumnos de Aristóteles

y los paseos defendidos del sol).

 

No pude encontrar los paseos,

pero sí la cueva donde Alejandro

imaginaba la imagen primaveral

de un nuevo mundo.

 

Con lentitud y cautela,

me adentré a la cueva

donde la imagen y la palabra

se convirtieron en una.

 

No era el fantasma de Alejandro,

era la voz del adolescente Alejandro,

quien, recostada su tierna cabellera

sobre la bella edición de la Ilíada

que su viejo maestro le obsequiara;

escuché, maravillada,

en tenue voz, las palabras de Príamo

previo el entierro de Héctor:

 

“Troyanos, traigan ahora leña a la ciudad, y en el ánimo

no teman una astuta emboscada de los argivos. Pues Aquiles,

al despedirme de las negras naves, se ha comprometido conmigo,

a no hacer ningún daño hasta que llegue la duodécima aurora”.

 

¿Nadie lo puede creer?

Yo lo creí firmemente.

Este poema no necesita verídicas palabras.

Ha sido en mi alma,

donde la memoria crea imagen,

donde el ritmo se hace humano,

donde la música hace la historia.

 

III.- Un día invernal

 

Ventanas y portillos cerrados

no permiten pasar la frialdad

de la noche, la frialdad del cielo,

el lanzamiento frío y congelado

de los copos de nieve,

señoritos copos nocturnos,

desbordados, malvados.

 

El impío cielo de tonos

azules obscuros y morados,

sin una cálida estrella,

los suelos de la tierra,

imposibles de tocar o palpar.

Ni las pequeñas gallinas

saldrán del fondo de sus grutas.

 

El frígido viento como la muerte,

crea una imposibilidad humana

de intercambios, vistas fugaces

que causan el perecer del alma.

 

Solo es plausible meterse

a la tina o a un temazcal;

mientras sudan las venas

tras las ventanas y se miran los saltos

de los nevados copos,

adquiridos en consciencia

del último fin.

 

Dentro del agua hirviendo

el cuerpo adquiere tibieza,

la mente se aclara,

hay un tipo de felicidad humana,

el calor existe dentro de casa

con el fuego de la eléctrica leña.

 

¿Qué más hacer?

Solo escribir un poema;

solo hacer una declaración

sobre la eterna noche

que no ha de deshacer

las palabras escritas

sobre el papel

pues, allí, cada letra

suena como el fuego…

 

Escribir que los hombres

y mujeres

se vuelven solitarios;

escribir canciones

que permitan dar abrazos,

adormecer la frialdad

de los blancos copos de la nieve.

 

Solo escribir la única esperanza

que Prometeo dio al hombre,

solo el calor, el fuego,

que aleja la tristeza profunda

y deja abrazar la felicidad,

donde la nada se volverá infinita,

en la longitud de los infiernos

de los infinitos copos de nieve

nocturnos… No hay nada más…