lunes, 2 de junio de 2014

LLUVIA DE CHOCOLATE


 


Caía la tarde de un día lluvioso, las ramas goteaban aún y la brisa se dejaba colar por las ventanas, fría y sedienta de un cuerpo al cual abrazar. Habíamos visto aquel programa de chocolaterapia y nos pareció relajante y excitante así que decidimos usar una barra de chocolate de un kilo que recién habíamos comprado. Lo derretimos y poniendo música sugerente y suave a la vez nos fuimos quitando la ropa lentamente mientras nos mirábamos a los ojos y la lluvia arreciaba por momentos.

Te recostaste boca abajo y lentamente fui regando el chocolate en tu espalda... suspirabas y sonreías, me pedías probarlo de a poco, acercaba un dedo untado y te servías de él mientras continuaba esparciendo por tu torso aquel oscuro manto que invitaba al relax en una tarde como pocas.

El chocolate se regaba en cada curva, en cada pliegue y tus poros iban absorbiendo cada átomo de placer que se activaba con cada roce de mis manos en tu cuerpo. Bajé un poco más, entregando sensaciones en tus muslos mientras un relámpago tensaba el ambiente afuera y en la habitación todo lo contrario, se iba relajando más y más.

Decidiste voltearte y tu cuerpo se fue emparejando del mismo color, con el mismo aroma y esa sonrisa en tu rostro que invitaba a seguir sembrando en cada poro una semilla placentera, para luego cosechar ese fruto delicioso de la pasión.

Tu abdomen mostraba planicies no conquistadas y más allá las colinas apuntaban hacia un cielo ya húmedo que clamaba ansiosamente sinfonías entre los cuerpos que buscaban amoldarse, aromatizados, endulzados, liberados de barreras.

Comencé mi expedición colina arriba, conquistando cada cúspide, clamando en la premura del silencio ahogado de suspiros, la respiración se marcaba con el ritmo de cada roce, cada mirada, el calor de los cuerpos mantenía el chocolate derretido y el vaivén no se hizo esperar.

La tempestad arreciaba mientras los cuerpos se fundían una y otra vez, la ebullición de sentires se disparaba al cielo entre gemidos dispersos y ese temblor tan tuyo que conquistaba mis entrañas en un abrazo eterno que nos marcaba como la primera vez, bajo aquella primera lluvia, en la que sucumbimos al deseo un atardecer de invierno, en medio de un Te Amo profundo y sincero...


José Rafael Rivero
Venezuela


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